Comentario
Los últimos estudios sobre los pueblos de la Península están poniendo de manifiesto que se encontraban en un nivel de organización política mucho más avanzado de lo que se creía hace unos años. Gran parte de los pueblos ibéricos del Este y Sur peninsular o habían pasado o estaban en fase de superar el nivel de organización de aldeas; la arqueología espacial viene constatando que existían algunos grandes núcleos urbanos, capaces de servir de centros político-administrativos de territorios de ciudades. Y algo semejante se está comprobando para otras zonas del interior como las áreas de carpetanos, vacceos y celtíberos. Ahora bien, las menciones de los autores antiguos concretan que los régulos o reyezuelos del Sur y Levante no controlaban amplias extensiones territoriales. Tal fragmentación política y las rivalidades entre los régulos, estimuladas por cartagineses y romanos, hacían que los hispanos no estuvieran en condiciones de ofrecer una respuesta común ante la amenaza de las potencias exteriores a la Península. Por lo mismo, será habitual ver a la población indígena colaborando con Roma o con Cartago para decidir el resultado de los enfrentamientos militares. Sólo los ilergetas del norte del Ebro entraron en el juego de las alianzas militares con un propósito particular de servirse de romanos y cartagineses para consolidar y ampliar sus dominios; es el caso de Indíbil y Mandonio.
Además de la ausencia general de una línea común de respuesta política ante cartagineses y romanos de parte de la población indígena, algunas comunidades de la Península estaban ya vinculadas a otros intereses en la época de la II Guerra Púnica: nos referimos a las colonias griegas de Ampurias y de Rosas con sus factorías dependientes en la costa catalana y las varias fundaciones fenicio-púnicas del Sur y del Sudeste (Cádiz, Almuñécar, Adra...).